martes, 6 de julio de 2010

Ni serca ni legos

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He de confesar que cuando me enteré que viajaríamos en Aserca me dio un mal pálpito, un estremecimiento, uno de esos que llaman “no sé qué”. Y es que cuando apareció esa línea aérea en el mercado volador nacional recuerdo haberme dicho: nada que salga a la luz mal escrito puede funcionar bien, mucho menos si va, provocativamente grande, en el fuselaje de un avión. Palabra santa. Nuestro primer viaje en Aserca (y quieran todas las potencias celestiales que sea el último) fue un enorme error ortográfico, un accidente coreográfico, una pifia humana.
 
Aunque habíamos comprado los pasajes con quince días de anticipación, aún habiendo confirmado y reconfirmado cada vez que se nos ponía la piel de gallina al pensar en esa s mal puesta, a pesar de tener nuestros boletos en la mano, al llegar al aeropuerto, con más de dos horas de anticipación y después de hacer una cola de media hora, nos recibió una chica que con su cara tan lavada, tan ignorante de lo que es hacer las cosas correctamente, tan ortográficamente criolla pues, nos informó que no viajábamos en ese ansiado vuelo de las 7:50 pm si no en uno especial que salía a las mismas 7:50 pm: Ud. Sabe, como hubo sobre venta de pasajes... tienen que registrarse allá, donde dice “Vuelos especiales” y gracias por volar con Aserca. Aserca con s. Supongo que el nombre es un conjunto de siglas que abrevian un nombre particular, pero nadie supo decirnos su significado, asunto que nos dejó mucho más intranquilos y con la sensación de que el error no era sólo ortográfico sino nuestro, porque tampoco hubo dios que nos aclarara el entuerto ni pidiera disculpas. Claro está, en el país donde todos hacemos de todos lo que nos viene en gana, aún cuando se esté pagando (y cómo) un servicio, no hay razón ni obligación de dar explicaciones o para bajar la mirada.
 
Mezclados en un nervioso cóctel tropical esperábamos salir por la misma puerta y a la mismísima hora (8:30 pm) pasajeros con destino a Valencia y los que llevábamos rumbo a Porlamar. Huelga decir que nadie entendía ni sabía nada porque no hubo serca nadie de Aserca. Finalmente a las 8:45 comenzaron a embarcar los de Valencia. Yo, candidota, inocentona y “buenas noches, señorita” adelante, me aserqué a preguntar por la hora de salida del vuelo a Porlamar. Me respondieron en coro los tres empleados: uno dijo “a las 8:30”, otra “a las 9:00” y el tercero “ya le avisaremos” y desaparecieron tan simultáneamente como habían hablado.
 
Un rato después apareció un gordito (nada contra los pasados de peso, es sólo para más señas) y nos dijo, tan rápido como pudo, que el buelo salía a las nuebe porque había que esperar la yegada del avión que benía de Santo Domingo. Una lista de pasajeros hecha a mano, muy autóctona, tan artesanal, tan de turismo interno era lo que blandía el gordis mientras intentaba poner orden en el despelote que se le formó con el ultimo anunsio.
Muy serca de las nuebe la cosa senpesó a poner tenza porque para ese momento ya el vuelo salía: bueno, mi amor, para certe cinsero, entre nuebe y cuarto i nuebe y media. O sea, le dije, como a las diez. Y me regaló la más sincera de sus sonrisas.
 
Con puntualidad asombrosa fue a esa hora que comenzamos a embarcar sin puestos asignados y nada de ancianos, niños y mujeres embarazadas primero. El proceso de llenado se retrasó aún más porque el asiento de la señora que iba delante de nosotros tenía un pozo enorme. En nuestra fila, de tres luces funcionaban dos, un asiento no se podía inclinar y las salidas de aire, todas tres, eran autónomas. Dando tumbos llegamos a la isla para encontrarla inmunda, descuidada y desordenada, como si no hubiera gobierno, como si no fuera el lugar turístico más promovido de esta nación bolivariana.
 
El regreso fue igual pero patrás.
 
Para todos, mis mejores deseos y que Bolívar los acompañe hasta un nuevo amanecer.
El Nacional, diciembre 2000