viernes, 30 de mayo de 2008

Tengo la camisa negra...




Marcos Chávez, comisario, dijo un día, no hace mucho, que a la gente la asaltan por imprudente, que son víctimas del hampa porque salen y ¡peor aún! lo hacen en sus carros. Visto así… este es un país de atolondrados, señoras locas que van a los bancos para que las asalten; gente que transita de noche por las autopistas buscando que los intercepten los malandros y les roben todo. Somos una nación de desahuciados porque, sólo de perversos pueden ser calificados aquellos padres desnaturalizados que permiten a sus hijos salir a buscar la muerte en el irracional acto de ir a la barbería, trasladarse al liceo o dormir dentro de sus casas sabiendo que allí también pueden encontrar la muerte. ¡Ni hablar de aquellos que van a fiestas!

Otro día el PoPop Rodríguez CH. discutía a los periodistas que no fueron 42 ¡falsarios!, fueron sólo 38 los muertos. Hay que ver la diferencia –sobre todo en sosiego para las familias de los restantes cadáveres- que hacen cuatro muertos de más… o de menos, según se vea. ¡Hay que ver cuánto pesan 4 muertos inventados y cuán leves pueden resultar 38 difuntos de verdad! ¡Hay que ver cuánto cuentan cuatro muertos que no son, sobre todo si se aplica la máxima aquella de que malandro eliminado por malandro no cuenta, es decir: cero mata cero.

Por eso prohibieron que los empleados de la morgue compartan las cifras de decesos por causas violentas porque cuando los periodistas llegan allí y ven la desolación y el dolor de las familias, en lugar de reportar la falta de escrúpulos de esas víctimas que salieron para que los mataran, van y se ponen a contar fallecidos por arma de fuego y a querer reportarlos, como si a los venezolanos nos ayudara en algo esa información. ¡Hay que ser retorcido, la verdad!

Esos cuerpos apilados en la morgue no valen; las lágrimas y suspiros de las madres dolientes no califican ni para pésame; las urnitas blancas no hacen bulto suficiente como para que alguien se estremezca y averigüe qué pasó y por qué pasó. Los difuntos importantes, los que hacen daño, los que desequilibran son esos que se inventan los periodistas, son esos los que hay que enumerar.

De camisa negra volvió don Ramón hace un par de días a acusar, no sólo a los dueños de medios y al imperio fascistasasesino, esta vez el ministro inculpó al hemisferio norte todo de adulterar las cifras y disfrazar nuestra pacífica, serena y confiada realidad diciendo que somos un país violento. ¡Qué saben ellos!

…y debajo tengo el difunto.

martes, 13 de mayo de 2008

Patán endógeno




Pues sí. Eso me enfurece. Eso saca lo peor de mi, me transforma en una señora amargada y, más que protestona, revirona, que a las cosas debemos llamarlas por su nombre.
El otro día en la pana(dería), donde se niegan a adoptar el sistema del numerito para despachar, estábamos como siete personas esperando con toda paciencia hacer cruce de mirada con alguna de las empleadas –quienes, definitivamente, han sido entrenadas para mirar al piso incluso cuando están exprimiendo naranjas- para hacer el pedido cuando llegó un hombre preguntando a grito pelado desde la puerta de qué eran las empanadas ese día. “Este se va a colear” le susurré a mi hija, entre dientes y en estado de pre amargura. “Ma, por favor, no empieces” me dijo con toda la angustia que puede generar conocerme. “¡Jnmj!” me dije a mi misma y para mis más íntimos adentros, y aún así la carajita me oyó, e insistió, tan cándida: “Ma, por favor, te lo suplico”. Pero, ya era tarde, el hombre, en efecto y para su desgracia personal, se plantó a mi lado y ordenó par de empanadas de queso y un marrón grande. Como todo el que se colea no pidió por favor, mucho menos dio los buenos días. Llegó, pasó por encima de todos y ordenó. Y salí yo, y a voz más en cuello que la de él le hice saber que se estaba coleando, que éramos siete antes que él esperando pacientemente ser atendidos, que esperara su turno, en fin… Pero a pesar de verse rodeado por miradas nada amigables de toda la concurrencia, incluida la endógena de la panadería, al tipo le importó un pepino. No logró su cometido pero, le importó un pepino.

Cuando estaba pagando sentí una cosa que me resollaba en el cogote y una voz que me decía: “Soy tu karma, mamita, te persigo”. ¡Y se quiso colear! Entonces, me llegó la iluminación divina (si es que tal cosa existe). Lo entendí: todo el que se colea es bruto congénito; necio irreversible, escaso mental innato, un patán endógeno porque, es que hay que serlo, no sólo para cometer semejante desafuero sino para, una vez consumada la fechoría tener lo que la gente decente llama “el tupé” de replicar, como la de la mujer que pasó junto a más de diez carros que esperaban para entrar a un estacionamiento en Chacao y se topó con mi hermana Marisol, segunda en la fila de un ardiente mediodía, y cuando mi consanguínea abandonó su unidad para hacerle ver el largo de su arbitrariedad, la infractora le espetó: “¡Ay, mija! ¿y te vasssarrechar por eso?”.

Lerda orgánica.