martes, 1 de octubre de 2013

Pa mí que ganamos


Primero, a confesarme: Yo, el 8 de octubre de 2012, amanecí llorando. Lloré como hacía años que no lo hacía, con tristeza, con dolor y miedo profundos, con desgarro, con ruiditos y mocos a granel.

Viendo que aquello no paraba me concedí declararme en depresión por el día así es que, traicionando uno de mis más firmes principios, durante todo el día ni me quité la piyama y dejé la cama sin tender. Pasé más de medio día abrazada a la cajita deKleenex deambulando entre la cocina para colar café -que era lo único que mi debilitado organismo podía tolerar- y la computadora para ver qué se decía.
Ya más tardecito empezaron las piezas a recomponerse, las neuronas a estirarse y las ideas a coger rumbo. Lo primero que hice fue enviarle al cerebro la orden de impedir –a como de lugar– que la idea del #ComediantePresidente haciendo que gobierna durante 6 años más se apoderara de mis espacios lúcidos; a partir de ahora eso está considerado pensamiento pernicioso y, como tal, debe ser mantenido a raya.

Acto seguido rebobiné la peli y retomé la imagen de Chávez dirigiéndose al país después de conocerse los resultados y lo que vi fue un hombre que, aún habiendo sido re-re-reelecto mostraba un aspecto adusto, resentido, nada feliz y estaba rodeado de rostros igualmente hoscos, ásperos, poco triunfales. Caras que reflejaban la conciencia de haber ganado imponiendo el miedo y oprimiendo conciencias, cambiando normas e irrespetando leyes, repartiendo dinero y sembrando mentiras; haciendo trampa abierta y descarada ante los ojos del país y el mundo. Ganar así debe ser más devastador que perder.

También caí en cuenta que, después de dos o tres fuegos artificiales y escasos minutos de música, el silencio se apoderó de las ciudades venezolanas. No hubo fiesta, no hubo bulla, no hubo corneteo ni bailanta en plazas. No hubo gente. En lugar del festejo y la algarabía esperadas en caso de un triunfo arrollador y desesperado sólo hubo silencio y parálisis durante las 24 horas siguientes. Fue como un plebiscito espontáneo, soberano, independiente en el que se manifestó la verdad a través de un vacío apabullante.

El tercer detalle que me animó fue ver los resultados así: Chávez en 6 años (y más 3 millones de nuevos electores inscritos desde 2006) apenas remontó 700.000 votos. Capriles y su equipo, acoplados, preparados, enfocados y con una visión contemporánea y efectiva del bienestar integral para el país, habiendo sorteado todas las marramucias posibles y en un esfuerzo humano realmente heroico -en apenas 4 meses- sumaron para la oposición más de dos millones de seguidores. Visto así es como para montar fiesta en cada plaza.

Y, aunque usted no lo crea, al escuchar a Diosdado decir que “A quien no le guste la inseguridad que se vaya”, y ver la sobre actuada rueda de prensa del presidente el 9 de octubre, de inmediato recuperé la sindéresis y supe que este régimen seguirá siendo intolerante, tramposo, prepotente e incompetente. Un monstruo demasiado grande para ser vencido en tan poco tiempo de unidad pero con las bases corroídas por sus propias miserias. Retomé –intacta– la convicción con que me acosté el sábado 6 y que me transmitió El Flaquito durante su campaña: Somos mayoría y sí hay otro camino: el del respeto, la inclusión y la prosperidad.

No tiene sentido perder el rumbo porque mi fantasía no se correspondió –por ahora– con la realidad.

@AnaBlackLl

No hay comentarios: